El vino tinto y la salud
Editado por Alejandro Trejos y Carlos Revilla
Hace ahora más de dos décadas, el American Journal of Medicine publicó los resultados de un estudio sobre la relación entre las tres principales causas de mortalidad – cáncer, enfermedad coronaria y derrame cerebral – y el consumo de alcohol.
Desde entonces muchos otros estudios han venido a confirmarlo: el alcohol ejerce un efecto de protección contra la enfermedad coronaria porque eleva los niveles del llamado «colesterol bueno» (HDL) en la sangre.
Un mayor contenido de HDL en el plasma se traduce en una reducción de la frecuencia de los ataques
cardíacos.
El consumo de vino recibió un nuevo aval en los años noventa, cuando el doctor Serge Renaud, demostró que los taninos del vino contribuyen a reducir la cantidad de grasas animales (el «colesterol malo») presente en la sangre, sobre todo el vino tinto, pues suele ser rico en taninos. Sus conclusiones han dado origen a un incremento sin precedentes del consumo de vino tinto en Estados Unidos.
En las palabras del crítico de vino Stuart Walton, «a los fabricantes de medicamentos anticoagulantes no les haría ninguna gracia que, de pronto, todos nos diéramos cuenta de que nuestro corazón funciona igual de bien si, en lugar de sus pastillas, tomamos media botella de vino tinto al día.
Notas adaptadas de: «Vino Tinto, manual para sibaritas» de Michael Edwards.
Agregamos tres puntos, algunos vinos casi no tienen preservantes ni químicos como los comerciales que, entre otras cosas, provocan dolor de cabeza.
No tiene otro tipo de destilados que le dan cuerpo pero que son venenosos en grandes cantidades.
El tomar vino provoca un estado mental relajado, alegre, mejora el apetito y el gusto, elimina el
estrés, mejora la dicción, alerta las neuronas, provoca conocimiento y sabe muy rico.
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